Hoy por hoy, PUCP

Información hay, falta voluntad (sobre la PUCP)

En la última asamblea de delegados FEPUC varios compañeros mencionaron que no había suficiente información para protestar y que había que saber “cuánto protestar”.  Se respondió que ya la eliminación del básico o la imposición de las escalas intermedias eran motivos suficientes para mostrarnos indignados (hoy con la permanencia del equipo rectoral hasta 2019 se suma otra razón). Sí es importante tener respaldo técnico para lo que decimos y basarnos en información certera, pero a veces la mediocridad se contrabandea como una preocupación por lo técnico, la falta de voluntad para enfrentar a la universidad, se disfraza de seriedad y “objetividad”.  Esa es la mentalidad pasiva, de esperar para actuar, que nos ha llevado a esta situación.

Si los compañeros quieren información para actuar, hay que aclararles que sí la hay. Lo que no hay es información sobre las escalas intermedias, pero sería de una candidez pueril abordar ese problema de forma aislada cuando está profundamente conectado con el modelo económico deficitario de la PUCP y con la política anti-estudiantil del rectorado. Tenemos, por ejemplo, un importante documento preparado por un REA del año 2002, Paul Maquet, donde se analiza la situación económica de la universidad a partir de los archivos de la REA y que es relevante traer a colación al día de hoy. ¿Había más apertura antes? No lo sé, pero que Maquet tenía la voluntad para enfrentar y cuestionar a la universidad, es claro; ahí radica entonces la diferencia con nuestra representación en los últimos años.

Quiero ahora simplemente reseñar algunos puntos del informe de Maquet para llamar a la reflexión, recomiendo de todas formas la lectura completa del documento por la relevante información que contiene. En primer lugar, Maquet señala el origen del alza de boletas en el año 1993, con la nueva constitución Fujimorista.  Esta terminó con las exoneraciones tributarias a la universidad y sobre todo desapareció todo rastro de subsidio estatal a la PUCP, que en la década de 1980 significó el 60% de nuestro presupuesto, permitiendo que las boletas sean baratísimas. En 1993 había 13 escalas y la más baja pagada S/.88 al mes, desde ahí todo es al alza.

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En los siguientes años, la universidad fue cambiando, por ejemplo, las primeras dos escalas que eran “excepcionales”, es decir que se clasifica a muy pocos alumnos en ellas,  dejan de ser excepcionales en 1994. Hoy que volvemos a discutir sobre la importancia de eliminar estas escalas «excepcionales», recordemos que ya se hizo y que hoy hemos retrocedido.En términos generales, durante toda la década de 1990 el número de escalas se fue reduciendo y la boleta aumentando. De haber diecinueve escalas a inicios de la década en el 2000 habían solo seis, además, el alumno que en el año 93 pagaba S/. 88 en el 2000 pagaba S/. 550… ni decir lo que paga hoy.

En 1995 las autoridades informaron que la mayor parte de los ingresos no provenía de las boletas, al igual que hoy en día, y que se debía cambiar el modelo para que la PUCP dependa de las boletas y no de ingresos externos.Ese cambio no se dio, sino lo contrario. No se entiende entonces cómo 20 años después, cuando las boletas han subido año a año y los negocios de la universidad (deberían) haber crecido, estemos en una situación de déficit… algo está mal.

Para más detalles está el documento de Maquet, pero quiero resaltar algo que afirma algo y parece que hemos olvidado: “Miremos las cosas desde otro punto. Puesto que la PUCP no es una empresa con dueños, clientes y trabajadores, sino una Comunidad Universitaria co-gobernada por tres estamentos (autoridades, estudiantes y profesores), los problemas deben ser discutidos y solucionados en mancomunidad, buscando el beneficio para todos. Busquemos, entonces, alternativas”.

Su alternativa, luego de un somero análisis de las siempre opacas cifras que ofrece el rectorado, es que debemos adoptar una política de austeridad para permitir aumentar cada vez más las subvenciones a investigación y a alumnos. Estas cifras indicaban que gastó más del doble en “transporte”, “publicidad” y “otros”  que en las subvenciones a alumnos. Maquet propone también que la universidad se plantee formas de generar ingresos sostenibles y que den trabajo a los estudiantes, una tarea que hoy  parece ser únicamente de una cúpula de administrativos que los alumnos no conocen ni pueden fiscalizar.

Lo que falta, señala, es la voluntad política de ahorrar  gastos, priorizar a los alumnos y generar recursos de forma sostenible; todo esto, de forma democrática y abierta, como la comunidad que dice ser la PUCP. Si la exigencia de Maquet para repensar colectivamente algunos gastos hubiera sido acogida, probablemente hoy en día no discutiríamos con tanta indignación el manejo de la PUCP.

Aquí ya me alejo del informe. Suscribo la idea de un amigo que me hablaba de que en la PUCP hay una clase burocrática que ha generado un interés propio (y opuesto al de los estudiantes): acumular dinero para sus unidades, facultades y pequeños feudos dentro de la PUCP. Esto genera entonces una pugna por repartirse la torta que termina llenando de dinero a unidades que no pueden gastarlo de forma racional y muy poco a otras, gastando en grandes edificios pero dejando de lado gente que estudia en aulas prefabricadas. En esa pugna de poder los estudiantes estamos relegados.

Entonces, no se trata de aparecer con una propuesta técnica ni de seguir esperando «información», sino de abrirnos campo para entrar en la lucha por recursos y dirigirlos hacia los alumnos. Si creemos que existe UN interés unitario por el “bien de la PUCP” vamos a perder siempre. Es nuestra responsabilidad defender el interés de los compañeros que vendrán y defender que la educación sea cada vez más barata y accesible, porque no es una mercancía más, es un derecho lamentablemente exclusivo para quien pueda costearlo.

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INFORME DE PAUL MAQUET

Hace ya un tiempo que se está hablando con cierto interés de la situación económica de la PUCP, de la subida constante del crédito, de ciertas restricciones en los préstamos universitarios, etc. Se han escrito también algunos valiosos artículos de opinión; pero lo que hasta ahora está faltando es una investigación más profunda, apoyada en cifras. Ello, en parte, porque es bastante difícil acceder a la información económica que la universidad guarda con mucho celo. Aquí trataremos de aportar algo a esta discusión, publicando algunas cifras que se encuentran en los archivos de la REA, para así hacernos una idea más clara del proceso económico de la PUCP en los últimos años.

Vamos a comenzar en 1993, cuando ocurrió una crisis importante en las finanzas de la universidad: la nueva Constitución y el nuevo régimen que se estaba inaugurando cortaron numerosos beneficios que gozaban las universidades, sobretodo exoneraciones tributarias (en una reunión de Consejo Universitario de abril de ese año se hablaba de un egreso no presupuestado de $ 2 400 000 por concepto de impuestos) y subvención del Estado, que en los 80s llegó a significar el 60% del presupuesto de la PUCP, y que hoy ya no existe. En esa época se reestructuró el sistema de pagos, y se establecieron 13 escalas. Pongámonos ahora en el caso de un estudiante que lleve 19 créditos, y supongamos que el valor total de un ciclo se divida en 5 boletas, como sucede ahora. Ese alumno, de estar en la escala 1, en el 93 hubiera pagado S/. 88.35 en cada boleta. De estar en la escala más alta, hubiera pagado S/. 1,181.80. Para fines de ese mismo año, en noviembre, la escala más barata había subido a unos S/. 105.26, mientras que la más cara estaba en S/. 1,408.66 por boleta.

Saltemos ahora hasta 1995. La estructura de pensiones era ya un poco distinta: en total, había 11 escalas, incluyendo las llamadas “escalas de excepción”, A y B, las más cómodas. Para el primer semestre de ese año, un alumno matriculado en 19 créditos hubiera pagado, en la escala A, S/. 152 en cada una de 5 boletas; y, en la más cara, S/. 1,451.60. Ahora bien, sucede que en esa época el valor total del semestre se pagaba en 6 partes. Es decir, en realidad, en la escala A se pagaba, por los mismos 19 créditos, S/. 126.66 mensuales, esto es, 26 soles menos que nuestro cálculo original.

Ese mismo año, 1995, hubo una reunión importante del Consejo Universitario en Chaclacayo. En ella, el ahora ex Director Académico de Economía, Gianfranco Otazzi, sostuvo que era necesario reducir el número de escalas hasta 6, a fin de hacer más eficiente la administración de la PUCP. Además, informó que el monto de ingresos externos (las rentas de Plaza San Miguel, la CEPREPUC, el Instituto de Idiomas) representaba el 30% del presupuesto total de la universidad. Hoy en día, ese porcentaje se ha reducido hasta 21%, como parte de la política propuesta en esa misma reunión por el Ing. Otazzi: trabajar para que los ingresos externos sean utilizados sólo para inversión en infraestructura, mientras que el peso de los gastos corrientes recaiga en las pensiones de los estudiantes.

Como consecuencia de las políticas adoptadas a partir de ese momento, encontramos que un año después, en 1996, existían solamente 9 escalas de pago, incluyendo las A y B. En ese tiempo, nuestro alumno imaginario, llevando 19 créditos y partiendo todo el valor del semestre en 5 boletas, hubiera pagado S/. 197.60 en la escala más barata, es decir, S/. 45 más que el año anterior en esas mismas condiciones; mientras que, si lo hubieran clasificado en la escala más alta, hubiera pagado S/. 1,451.60. Como vemos, la escala más cara se había estancado, pero la más cómoda seguía aumentando.

Vayamos ahora hasta 1999, hace sólo 3 años. El número de escalas se había reducido nuevamente, hasta 8. El valor por boleta, en las condiciones antes expuestas, era, para el nivel A, S/. 288.80, y en el nivel más alto, de S/. 1793.60. Pero sucede que para fin ese año la decisión de desaparecer las “escalas de excepción” A y B, tomada en 1994, se ejecuta definitivamente. Así pues, para el 2000 hay un salto significativo: de 6 escalas efectivas, la más barata costaba S/. 528.20, con los mismos 19 créditos y las mismas 5 boletas; y la más cara se estancó nuevamente, en los S/. 1,793.60 del 99. Preguntado hace poco sobre la desaparición de las escalas A y B, que demostraban la apertura hacia la sociedad que tanto proclama la PUCP, el Ing. Otazzi respondió que se trataba de una cuestión de “supervivencia”: si esas escalas continuaban existiendo, la universidad se volvía inviable. Sea lo que fuere, el resultado concreto fue que, para el 2000, la escala de pago más cómoda era, en promedio,  S/. 240 más costosa que en el 99.

Para el semestre pasado, 2002.1, contábamos ya con nuestras actuales 5 escalas. En las mismas condiciones de nuestro alumno imaginario, el valor por boleta en la escala 1 era de S/. 589, y en la escala 5, de S/. 1,835.40. Esta información, por supuesto, ya está desactualizada, puesto que para este semestre el valor del crédito volvió a subir, un promedio de 2%. La información más reciente, sin embargo, no te la tenemos que dar nosotros: Puedes verla tú mismo en tus boletas de este ciclo.

Pero miremos las cosas desde otro punto. Puesto que la PUCP no es una empresa con dueños, clientes y trabajadores, sino una Comunidad Universitaria co-gobernada por tres estamentos (autoridades, estudiantes y profesores), los problemas deben ser discutidos y solucionados en mancomunidad, buscando el beneficio para todos. Busquemos, entonces, alternativas. Para ello, no nos viene mal una revisión de la ejecución presupuestal de la PUCP del año 2001, que aparece en el cuadro 2, y cuya fuente es la Memoria del Rectorado publicada hace poco.

Un problema con ese documento es que no es lo bastante específico como para saber, a ciencia cierta, si es posible o no reducir ciertos gastos.  Por ejemplo, la categoría de “otros” (“otros” bienes, “otras” subvenciones, “otros” equipos) es siempre relativamente abultada y nada específica. Sin embargo, sólo mirando ese documento genérico, del que quisiéramos conseguir una versión más explícita para hacernos una idea más clara del asunto, encontramos que el rubro “subvenciones a alumnos”, que implica becas, préstamos y diversas facilidades, es de 1,200,000 dólares, lo que significa un 1.80% del presupuesto total de la PUCP. Mientras tanto, el rubro de “publicidad” es de 1,655,000, lo que significa un 2.50% del total. El rubro de “transporte local y otros servicios” ocupa el 3.13% del presupuesto. Estos dos últimos rubros significan, entonces, más del 5% de los egresos de la PUCP. ¿No podríamos imaginar que, de existir una voluntad para ello, se tratara de reducir ese porcentaje en 2 puntos? Sólo con ese esfuerzo, el presupuesto para “subvenciones a alumnos” podría duplicarse, y con ello, podría duplicarse el número de estudiantes beneficiados.

Otro rubro muy fuerte en los egresos de la PUCP es el de “inversión en infraestructura”, en especial en los últimos años. En el 2001, cuando se estaban construyendo simultáneamente el nuevo pabellón de Humanidades, la nueva Cafetería Central y los nuevos espacios de la Biblioteca, el monto total en infraestructura fue de 4,462,000 dólares, el 7% de los egresos de la universidad. Este año, cuando esas obras ya fueron concluidas y se está invirtiendo en construcciones más pequeñas, podemos esperar que ese porcentaje disminuya. ¿No podríamos esperar que aumenten, en consecuencia, las “subvenciones a alumnos” o que la PUCP flexibilice un poco su sistema de pensiones? Otra manera de reducir gastos sería evitar dispendios superfluos, o no prioritarios, como el nunca acabado ni bien justificado reemplazo de un muro… por otro muro.

En suma, se trata de introducir una política de austeridad en la economía de la universidad. Ello debiera incluir, también, una revisión de la burocracia de la PUCP: un aparato administrativo más pequeño podría no sólo ser más eficiente sino que, además, reduciría considerablemente gastos en sueldos a funcionarios, en materiales de oficina, etc. Con esta nueva política de austeridad podríamos encontrar maneras de, llevando unas cuentas sanas, claras y ordenadas, dar un respiro a nuestras estranguladas economías familiares y dar un aumento bien merecido a nuestros profesores.

Ahora bien, no se trata solamente de repartirnos una torta limitada, esto es, de distribuir mejor el presupuesto. Nuevas políticas destinadas a crear riqueza, a atraer recursos a la universidad, son bienvenidas también. Si miramos el panorama de todas las universidades limeñas, privadas y estatales, encontramos muchos ejemplos de los cuales aprender. Según los datos que tenemos, hay una universidad privada que, como parte de su programa de energías renovables, genera su propia electricidad; así, no necesita comprarle energía a la empresa distribuidora, y tiene un gasto menos. Otro ejemplo conocido es el de los productos Unión, con mucho éxito en el mercado, y que son fabricados en la universidad del mismo nombre. Las microempresas de la UNI y  San Marcos, la encuestadora de la de Lima… Todas estas son muestras de cómo, con imaginación, se puede oxigenar el presupuesto de la institución. Estos proyectos tienen, además, otras ventajas: ofrecen trabajo a estudiantes y profesores, lo que significa un ingreso extra en sus economías familiares; favorecen la investigación y la puesta en práctica de las teorías que la currícula nos hace aprender; abren la universidad a la sociedad y al mercado, acercando más a los estudiantes a la realidad que los rodea… No existe ninguna razón práctica para no aprender de estos ejemplos y hacer una PUCP diferente.

Una primera conclusión es, pues, que sí existen salidas a esta política económica excluyente que está haciéndonos cada vez más difícil permanecer en la universidad. Aún falta analizar más cuidadosamente más datos y más explícitos. Sin embargo, el trabajo conjunto entre estudiantes y profesores organizados, y las autoridades, puede cambiar la situación. Confiamos en  que, por fin, se de esa coordinación; ponemos nuestra confianza en ello y en la gestión del flamante Director Académico de Economía, Efraín Gonzáles de Olarte

Paul E. Maquet Makedonski

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